¿Para qué votar? Es la pregunta que seguramente rondaba en la cabeza de miles de mexicanos al menos durante las tres últimas décadas del siglo XX, cuando no había posibilidad de que ganara más que el partido en el poder federal. Era común que el desánimo para participar llevara a muchas personas a no votar, o ir a las casillas y anular su voto. Este fenómeno no ayuda en nada a la democracia de ninguna latitud. Este fenómeno se repite ahora, pero por otras razones.
El arribo de Morena al espacio electoral fue avasallador en 2018 y también en los procesos posteriores del 2019, 2020, 2021 y 2022, hizo que el mapa político domine la mayor parte del mapa político con 21 estados gobernados, a los que se le pueden sumar dos que están aliados: San Luis Potosí y Morelos. En 2021 inició el incrementó de su presencia territorial al ganar 10 gubernaturas: Baja California Sur, Campeche, Colima, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala y Zacatecas; su aliado el PVEM ganó San Luis Potosí. Después, en las elecciones del 2023, obtuvo “joya de la corona”, que gobernaba el Partido Revolucionario Institucional (PRI), aunque éste logró retener Coahuila, en coalición con el PAN-Revolución Democrática (PRD).
Lo que se aprecia en cada proceso dos fenómenos. Primero, el demérito en la calidad de los gobernantes o representantes del partido ahora en el poder en el caso de representantes que dejan mucho qué desear porque se han distinguido por la inacción del ejercicio público, como si esperaran línea para hacer, o, lo peor, actúan mal, desconociendo lo mínimo del servicio público que es conectar con las necesidades de población. Segundo, cuando se eligen candidatos, la forma de selección interna no respeta el derecho fundacional de sus miembros, en su lugar admite y apuntala a personajes que arriban de otros partidos, muchos del PRI. Esto, de manera muy natural, desalienta internamente al morenismo que acompañó a su líder a fundar Morena como partido el 1 de agosto de 2014 y que esperaba llegar a cambiar todo lo que prometieron en su movimiento.
Norberto Bobbio define al abstencionismo como “la falta de participación en el acto de votar”, y en un sentido más amplio como la no participación “en todo un con junto de actividades políticas”, las causas entonces nos regresan al dilema del siglo pasado ¿para qué votar? Si no hay perfiles nuevos, siguen apareciendo los viejos políticos que, con alguna alianza extraña, logra candidaturas en Morena independientemente de las tómbolas que se organizaron.
En un político, el valor más destacable es su integridad. Se refiere a la entereza moral, rectitud y honradez en la conducta y en el comportamiento de una persona, lo que piensa y hace es exactamente lo mismo; pero si es una persona pública es más exigible. Así, si una persona pertenece a un partido político que no respeta sus principios, sus valores políticos como organismo político, entonces se vale que renuncie a él. Así, podría irse a formar filas en otro partido. Hasta aquí, es razonable entonces el cambio de partido. Pero, si el cambio obedece sólo para obtener una candidatura o un puesto político, como un botín político que ha logrado el triunfo político, tal vez su integridad podría estar cuestionada.
La ola de políticos que han cambiado de bando tendrá que analizarse uno a uno. Identificar sus motivaciones y objetivos, sobre todo observar si respetan los turnos de los miembros fundadores del ahora partido en el poder, o simplemente no les importa por obtener una candidatura o la promesa del botín. La integridad del político está estrechamente relacionada con el servicio que ofrezcan ya en el poder. Después, sin dudarlo, votar.
*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP y secretaria de Membresías. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com