El mercado La Victoria fue por más de setenta años el principal punto de abastecimiento de alimentos perecederos de la ciudad. Hoy sus pasillos guardan el barullo de la gente y el recuerdo de colores, olores y sabores que formaron parte de la vida cotidiana de buena parte de los pobladores de la ciudad.
Elodia Chocolatl Ramírez tiene 80 años y dice que ella venía con sus papás desde Santa María Zacatepec a vender manzana y en temporada de chiles en nogada, traían pera y nuez de castilla. “Cuando me casé, trabajaba en casa lavando y planchando ajeno, pero los fines de semana, llevaba a mis hijos a comer cemitas al mercado y después pasábamos a comparar agua de limón con dos bolas de nieve”, añade.
Joaquín Ramírez, de 69 años, relata que de pequeño, él y sus primos, se iban a La Victoria desde las 4 de la mañana para delimitar el lugar donde su abuela Rosario Romero vendía frijol, garbanzo y habas, a lado derecho del quiosco de las flores. Ella llegaba a las 6 de la mañana y mientras tanto el observaba el movimiento:
“Afuera del mercado, sobre la 8 poniente, la gente tiraba mucha fruta a los drenajes, un día se gasificó y hubo una explosión que llegó hasta la farmacia Teresiana (…) Fumigaban a cada rato porque pululaban las ratas que sacaban por toneladas en carretillas ¿qué tipo de contaminación habría allí?”, advierte Joaquín.
“Yo iba al colegio Progreso de la 6 oriente y, para regresar a mi casa, atravesaba el mercado saboreándome una cocada que le compraba a una señora que se ponía en la entrada de la 5 de mayo, con un canasto…que tiempos”, recuerda con añoranza Rocío Farfán de 62 años.
Andrea López Moreno, comenta orgullosa que su tía Esther Moreno Aparicio sacó adelante a sus 12 hijos con su trabajo, vendiendo tamales y atoles, por más de 30 años.
LA VICTORIA POBLANA
Cuando era niño yo iba con mi familia, la disposición de los puestos era por giro comercial y por puerta de acceso, dice el historiador Jorge Eduardo Zamora Martínez, conocido como el Barón Rojo.
“El diseño incluye un total de 9 entradas, tres por la calle 3 norte, dos por la calle 4 poniente, tres por la calle 8 poniente y una por la calle 5 de mayo. La entrada principal, la central por la calle 3 norte, esquina con la 6 poniente o calle de Los Gallos; esta portada tiene en su fachada la torre más alta de la construcción e incluye un reloj de la marca La Esmeralda, enmarcado con una talla en piedra blanca de cantera de las imágenes de los dioses Hércules, en representación del trabajo, y Mercurio, en representación del comercio, obra escultórica del poblano Jesús Corro Soriano”, expone.
Sobre la 8 poniente estaban las cocinas, las chalupas, las nieves, las verdulerías, los productos cárnicos y los fierros viejos. En las 3 puertas, por las noches, se vendía chile atole y esquites.
Sobre el portal de la 3 norte, se concentraban los puestos de barbacoa, molotes, jarcería y, en la puerta del reloj, las cemitas con las que se deleitaban los más glotones; del otro lado mercerías, boneterías y telas. En las noches se vendían tamales y atole.
Sobre la 4 poniente había telas, boneterías, ropa y accesorios, un local de venta de marcos y cuadros, de Anita Ponce. La puerta conocida como “el atrio”, era el acceso a las pescaderías, marisquerías, las famosas: Las Gándaras y el Puerto y la Laguna de Alvarado.
Todos los pasillos llegaban a uno de los lugares más icónicos del mercado: el quiosco de flores, una enorme mole de hierro que albergaba a todas las floristas, como Benita, quien fabricaba coronas para los difuntos, así como ramos y arreglos para bodas. Aquí los acompañaba don Hilario Percino con su escritorio público y un señor que vendía los deliciosos mamones (panes).
El acceso por la 6 poniente, era conocido como entrada de Santo Domingo, ahí se se encontraban la famosa nevería La Siberia, la mercería Los Gordos y la de la familia Yitani Tufic, la zapatería de don Lalo Bojalil, la ropa El Nilo, la bonetería de don Abraham Fenic y un sinfín de mochilerías de cuero.
Como todos los mercados tradicionales, La Victoria tenía también vida exterior, a su alrededor se asentaron grandes negocios, algunos aún perduran: juguetería el Ángel que más tarde se convirtió en la farmacia Teresiana, la joyería y regalos London, el café Tres Gallos, la tlapalería Iris, la casa fotográfica Puerto Vallarta, la papelería La Tarjeta, y otros.
LA HISTORIA VERDADERA
“La historia de su construcción siempre ha sido motivo de controversias debido a que no existen datos precisos y si, mucha información ambigua. Yo hice una recopilación de datos con varias fuentes que verifique y logré armar una historia aproximada a la verdad”, expone el entrevistado.
Numerosas fuentes dicen que el mercado recibió su nombre en honor al presidente Guadalupe Victoria, lo cual es falso, asegura que, desde un principio de la construcción se le nombró simplemente: La Victoria.
La Victoria se construyó sobre los terrenos que pertenecieron a la huerta y jardines del monasterio de Santo Domingo. Durante la aplicación de las Leyes de Reforma, a la muerte de Benito Juárez, los dominicos pierden estos terrenos que son lotificadas y vendidas a particulares.
Su construcción inició 1907, diseñado por el arquitecto español Julio de Saracíbar quien tuvo que regresar a la madre patria en 1909 y muere sin dejar a nadie a cargo de la obra.
Entonces la administración contrata a Guillermo Tamariz Oropeza para hacerse cargo de la dirección de la obra, quien la ejecutó tan perfectamente, que el nombre de Saracíbar pasa al olvido.
La Compañía Constructora de Ferrocarriles S.A. elabora de toda la estructura de hierro del interior y, los pasillos de cristal y el kiosco central (diseño Tamariz), lo hace la Compañía Fundidora de Hierro y Acero de Monterrey.
Debido a los tiempos políticos que se estaban viviendo, el mercado La Victoria sufre tres inauguraciones: 1912, 1913 y 1915. Esto consta en tres placas, una ubicada en la 3 norte y 6 poniente; otras la 5 de mayo y Santa Clara, en el arco de piedra; y la tercera placa quedó oculta dentro de las mamparas de las paredes falsas, de Suburbia.
A partir de este año 1915, el mercado funciona más o menos correctamente, ya que durante ciertos periodos, se suscitan problemas entre locatarios, propios y la autoridad, provocando rencillas que perturban su funcionamiento, se sabe por boca de descendientes de comerciantes de la época
Por la falta de medidas sanitarias el mercado se convirtió en un foco de infección, por lo que el 14 de octubre de 1986, por órdenes del alcalde Jorge Murad Macluf, los locatarios fueron desalojados.
El Barón Rojo concluye diciendo que, el mercado La Victoria permaneció cerrado hasta 1994, año en que el gobernador Manuel Bartlett, lo entregó en comodato a la Fundación Espinosa Rugarcía, que lo restauró y es quien lo administra.