Buscar reflectores, lucirse con soberbia o que la gente admire lo fuerte que eres, no son los objetivos del actor que representa a Jesús cada año en la procesión de Viernes Santo. Por el contrario, es un acto de humildad y que no cualquiera puede realizar, afirma Alejandro Domínguez, quien este 2024 ocupará dicho papel en San Jerónimo Caleras.
A sus 22 años de edad, y después de participar desde su niñez en esta tradición católica, representará a Cristo por primera vez en su vida. En entrevista con esta casa editorial, comparte sentirse emocionado y “elegido por Dios” porque en su primer intento fue seleccionado, pese a que, otros actores, con más años de experiencia, tenían el mismo anhelo.
“Yo entré por un agradecimiento personal, no entré para lucirme o por morbo, porque muchos piensan eso, o que es una burla el recordar cada año lo que sufrió Jesús, pero yo creo que no, al menos yo no lo hago para que la gente me vea y diga: ‘ay no inventes, mira cómo aguanta’, ese no es el fin”, precisa.
Pese a que fue elegido entre varios actores que realizaron el casting, él no se siente digno de ocupar este papel, porque es una gran responsabilidad. Para llegar a este lugar, no solo tuvo que prepararse física y espiritualmente, sino que también tuvo que construirse una buena reputación entre su comunidad.
Asegura que de ahí parte la idea de que no cualquiera puede ocupar este papel, porque un hombre con un “historial manchado”, es decir, que roba, que trata mal a sus semejantes, que bebe en exceso o que ha construido una mala imagen, no podría salir a la calle.
“Es una responsabilidad muy grande, mi familia me lo dijo, tengo que comportarme, centrarme, porque esto no es un juego, es algo bastante serio y lo tengo que tomar con mucha madurez”, señala.
Otros requisitos que cumplió para ser elegido es que fuera soltero, sin compromisos, y tener valores, no ser una persona “que le gusta echar relajo”, o que se la pase de fiesta en fiesta cada fin de semana, añade.
Papel requiere gran esfuerzo físico
No hay que dejar a un lado el esfuerzo físico que supone este papel, subraya Alejandro. Desde que fue notificado el pasado mes de noviembre que fue elegido, empezó una serie de entrenamientos físicos para mejorar su condición corporal.
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Sale a correr todos los días cuando el Sol está en su punto más alto de exposición, va al gimnasio y ayuna todos los viernes para que su cuerpo empiece a acostumbrarse a lo que está por vivir.
La cruz que cargará durante un recorrido de varios kilómetros, por al menos 40 minutos, pesa 80 kilos. Además, esto se complica por la exposición directa al Sol, los golpes que recibe, la corona de espinas que lleva en la cabeza, la multitud que llega al sitio, así como el ayuno que realiza ese día, siguiendo lo que marca la religión católica.
“Los golpes son 100 por ciento reales, entonces debo tener cuidado en no chocar con la cruz al caminar para que no se entierren las espinas en mi cabeza (…) siento temor y un poco de nervios porque algo salga mal, pero también confío, debo tranquilizarme”, expresa.
La preparación espiritual también es importante, insiste. Sus nervios serían aún más fuertes si no tuviera un acercamiento con Dios, para esto procura ir a la misa, comulgar, y encerrarse a solas para orar. “Por algo fui seleccionado, Dios me escogió”, añade.
El sacrificio es agradecimiento
Alejandro comparte que el sacrificio que está por vivir en esta procesión se traduce en agradecimiento a Dios. Esto luego de que hace cinco años su abuela logró sobrevivir después de que sufrió un accidente que le dejó un daño severo en la cabeza.
Para sanar, su abuela tuvo que ser intervenida quirúrgicamente en el cráneo, una situación delicada para su familia, toda vez que, por su edad, los médicos le daban pocas posibilidades de que saliera con vida del hospital.
“Nos dijeron en aquel entonces que era baja la probabilidad de que se curara, que lo único que podíamos hacer era rezar mientras los médicos se fueron a intentar de todo (…) cuando terminó la operación nos dijeron que había sido un milagro el que hubiera aguantado y gracias a Dios tengo a mi abuela aquí conmigo”, presume.
Ahora, en forma de agradecimiento por su experiencia, busca representar este papel de la mejor manera posible, con respeto hacia la tradición de su comunidad y, principalmente, con humildad para recibir cientos de golpes en el cuerpo durante todo un día.
“Esta es una experiencia que me voy a llevar toda mi vida, siento bastantes nervios porque es mi primer año, pero también me siento feliz, tranquilo y emocionado de poder vivir esto, cada vez falta menos”, finaliza.