/ lunes 13 de julio de 2020

El antimexicanismo de Donald Trump

No cabe duda que a los presidentes mexicanos les fascina jugar a la política electoral en Estados Unidos. Se prestan de mil amores, a ojos cerrados, a echar sus dados a favor del presidente en turno en la Casa Blanca. Como lo hizo el miércoles pasado el ejecutivo Andrés Manuel López Obrador, creyendo que le puede hacer el caldo gordo entre 38 millones de inmigrantes (electores) mexicanos en ese país, a quienes en sus cuatro años de gobierno (Donald Trump), ha desatado cacerías humanas, sádicas, racistas y xenofóbicas en contra de los migrantes.

Dominado por la misma seducción de varios de sus antecesores, López Obrador fue a echar su emocionada apuesta por la reelección de Trump, bajo pretexto de festejar bilateralmente la entrada en vigor del T-MEC, un evento de origen y propósitos trilaterales, que a Justin Tredeau, el primer ministro canadiense, le pareció de mal gusto, a cuatro meses de las elecciones y la popularidad trumpista en picada.

El del tabasqueño fue un lance desesperado, en un momento en que las apuestas del pueblo estadunidense se inclinan 50% por el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden; y 35% para el republicano.

La Imagen del magnate está erosionada, sus desafortunadas declaraciones pidiendo echarle la fuerza militar, reprimir, acallar las algaradas juveniles en Minneapolis, le han ganado a sus políticas autoritarias la impopularidad.

Su administración se ha caído en el ánimo del pueblo estadunidense, por el desafortunado manejo de la crisis sanitaria por el Covid 19. Estados Unidos es foco mundial de la pandemia, suma132 mil muertos y más de tres millones de contagiados.

La economía es un desastre. La Reserva Federal pronostica una recesión de 6.5%, una caída sólo comparable a la depresión de hace casi cien años, con más de 45 millones de desempleado.

Trump ha desatado estos cuatro años las más fanáticas, sañudas persecuciones contra los migrantes mexicanos, a quienes niega toda asistencia médica en estos días de pandemia.

Sin embargo, el tabasqueño fue a la Casa Blanca a describir como un paraíso, una relación idílica, una vecindad en plena luna de miel, la de México-Estados Unidos.

Este fue el tono de su discurso en la Casa Blanca: “agradezco al presidente Donald Trump el reconocimiento de la soberanía de México, como el respeto a los mexicanos de ambos lados de la frontera… “Como en los mejores tiempos de nuestras relaciones políticas, en vez de agravios hacia mi persona, y lo que estimo más importante, hacia mi país, hemos recibido de usted comprensión y respeto”.

“Lo que más aprecio es que usted nunca ha buscado imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía”. “Usted no ha pretendido tratarnos como colonia sino que, por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente”.

“Yo decidí venir para agradecerle al pueblo de Estados Unidos, a su gobierno y a usted, presidente Trump, por ser cada vez más respetuoso con nuestros paisanos mexicanos”. Por eso estoy aquí para expresar al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto. Nos ha tratado como un país y un pueblo digno, democrático y soberano”.

Donald Trump ha jugado sucio a México. Nadie olvida que amenazó, obligó al gobierno lopezobradorista a crear e imponer un muro humano en la frontera Sur. Se improvisó a 25 mil elementos de la Guardia Nacional encargados de frenar, taponar, deportar hasta el 85% de los migrantes centroamericanos, que durante décadas transitaron libremente en territorio mexicano para dirigirse a Estados Unidos.

Cómo olvidar la amarga, denigrante, indignante maniobra de Trump que crucificó al gobierno de López Obrador, cuando decretó un arancel de 15% a las exportaciones mexicanos a Estados Unidos, que significaría la quiebra de las empresas y la economía mexicana, entraría en vigor si el gobierno mexicano no se comprometía con Washington a detener los flujos migratorios centroamericanos. Imposición que colmó de impotencia al pueblo mexicano.

López Obrador no debe confiarse. Enrique Peña experimentó su misma fascinación, jugó sus cartas por el entonces candidato en 2016. Se prestó a su juego, lo recibió en Los Pinos, le dio una bienvenida indebida de jefe de estado. Ese mismo día, por la tarde, Trump lo traicionó. Fue a Arizona donde estrenó su discurso anti inmigrante y antimexicano. Allí demonizó a la migración, a la que creó su infierno, sus cuatro años de mandato.

Días después confirmaría su fobia antimexicana, prometió aniquilar el TLCAN, tratado de auténtico libre comercio. Al TLCAN lo enterró el primero de julio, en que nació el T-MEC, trazado a su imagen y conveniencias comerciales proteccionistas.

A expensas de la soberanía, de la dignidad, del interés, de la economía mexicana, Trump cumplió sus promesas de campaña. No merecía que un presidente mexicano fuera a la Casa Blanca a levantarle la mano.NOS ESCUCHAMOS diariamente de 13 a 14 horas en ABc Radio 1280 de AM.



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No cabe duda que a los presidentes mexicanos les fascina jugar a la política electoral en Estados Unidos. Se prestan de mil amores, a ojos cerrados, a echar sus dados a favor del presidente en turno en la Casa Blanca. Como lo hizo el miércoles pasado el ejecutivo Andrés Manuel López Obrador, creyendo que le puede hacer el caldo gordo entre 38 millones de inmigrantes (electores) mexicanos en ese país, a quienes en sus cuatro años de gobierno (Donald Trump), ha desatado cacerías humanas, sádicas, racistas y xenofóbicas en contra de los migrantes.

Dominado por la misma seducción de varios de sus antecesores, López Obrador fue a echar su emocionada apuesta por la reelección de Trump, bajo pretexto de festejar bilateralmente la entrada en vigor del T-MEC, un evento de origen y propósitos trilaterales, que a Justin Tredeau, el primer ministro canadiense, le pareció de mal gusto, a cuatro meses de las elecciones y la popularidad trumpista en picada.

El del tabasqueño fue un lance desesperado, en un momento en que las apuestas del pueblo estadunidense se inclinan 50% por el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden; y 35% para el republicano.

La Imagen del magnate está erosionada, sus desafortunadas declaraciones pidiendo echarle la fuerza militar, reprimir, acallar las algaradas juveniles en Minneapolis, le han ganado a sus políticas autoritarias la impopularidad.

Su administración se ha caído en el ánimo del pueblo estadunidense, por el desafortunado manejo de la crisis sanitaria por el Covid 19. Estados Unidos es foco mundial de la pandemia, suma132 mil muertos y más de tres millones de contagiados.

La economía es un desastre. La Reserva Federal pronostica una recesión de 6.5%, una caída sólo comparable a la depresión de hace casi cien años, con más de 45 millones de desempleado.

Trump ha desatado estos cuatro años las más fanáticas, sañudas persecuciones contra los migrantes mexicanos, a quienes niega toda asistencia médica en estos días de pandemia.

Sin embargo, el tabasqueño fue a la Casa Blanca a describir como un paraíso, una relación idílica, una vecindad en plena luna de miel, la de México-Estados Unidos.

Este fue el tono de su discurso en la Casa Blanca: “agradezco al presidente Donald Trump el reconocimiento de la soberanía de México, como el respeto a los mexicanos de ambos lados de la frontera… “Como en los mejores tiempos de nuestras relaciones políticas, en vez de agravios hacia mi persona, y lo que estimo más importante, hacia mi país, hemos recibido de usted comprensión y respeto”.

“Lo que más aprecio es que usted nunca ha buscado imponernos nada que viole o vulnere nuestra soberanía”. “Usted no ha pretendido tratarnos como colonia sino que, por el contrario, ha honrado nuestra condición de nación independiente”.

“Yo decidí venir para agradecerle al pueblo de Estados Unidos, a su gobierno y a usted, presidente Trump, por ser cada vez más respetuoso con nuestros paisanos mexicanos”. Por eso estoy aquí para expresar al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto. Nos ha tratado como un país y un pueblo digno, democrático y soberano”.

Donald Trump ha jugado sucio a México. Nadie olvida que amenazó, obligó al gobierno lopezobradorista a crear e imponer un muro humano en la frontera Sur. Se improvisó a 25 mil elementos de la Guardia Nacional encargados de frenar, taponar, deportar hasta el 85% de los migrantes centroamericanos, que durante décadas transitaron libremente en territorio mexicano para dirigirse a Estados Unidos.

Cómo olvidar la amarga, denigrante, indignante maniobra de Trump que crucificó al gobierno de López Obrador, cuando decretó un arancel de 15% a las exportaciones mexicanos a Estados Unidos, que significaría la quiebra de las empresas y la economía mexicana, entraría en vigor si el gobierno mexicano no se comprometía con Washington a detener los flujos migratorios centroamericanos. Imposición que colmó de impotencia al pueblo mexicano.

López Obrador no debe confiarse. Enrique Peña experimentó su misma fascinación, jugó sus cartas por el entonces candidato en 2016. Se prestó a su juego, lo recibió en Los Pinos, le dio una bienvenida indebida de jefe de estado. Ese mismo día, por la tarde, Trump lo traicionó. Fue a Arizona donde estrenó su discurso anti inmigrante y antimexicano. Allí demonizó a la migración, a la que creó su infierno, sus cuatro años de mandato.

Días después confirmaría su fobia antimexicana, prometió aniquilar el TLCAN, tratado de auténtico libre comercio. Al TLCAN lo enterró el primero de julio, en que nació el T-MEC, trazado a su imagen y conveniencias comerciales proteccionistas.

A expensas de la soberanía, de la dignidad, del interés, de la economía mexicana, Trump cumplió sus promesas de campaña. No merecía que un presidente mexicano fuera a la Casa Blanca a levantarle la mano.NOS ESCUCHAMOS diariamente de 13 a 14 horas en ABc Radio 1280 de AM.



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