/ domingo 18 de agosto de 2019

Alfred de Musset y Manuel M. Flores, poetas y hermanos

Después de Victor Hugo, este es el autor predilecto de Flores.

En su libro, en la sección llamada “Traducciones e Imitaciones”, que es la tercera parte de “Pasionarias”, consigna dos textos de Musset: “Yo amo”, y, además, “Siempre amar”.

Después de que Marcelino Menéndez y Pelayo compara desigualmente a Musset con Flores, caracterizando la que considera es la inferioridad incurable del mexicano con la violenta censura de “el estercolero de la orgía,” surge en nuestro ánimo la certeza de que el crítico español no leyó jamás la novela erótica de Musset titulada “Gamiani”; de haberlo hecho también habría condenado al poeta francés.

En este punto es pertinente anotar que tal vez el catolicismo de Menéndez y Pelayo, una forma de “falsa conciencia”, le impidió comprender ciertas manifestaciones literarias: este es un problema mayor de la crítica literaria porque actualiza la polémica sobre su pretendida cientificidad y la hipotética separación de los discursos éticos y estéticos.

Pero atendamos ahora el asunto de la simpatía de Flores por Musset: está fundada en la admiración de su poesía, pero no profundiza en el estudio de su obra.

Seguramente Flores no tuvo acceso al poema “Rolla”, ni tampoco a las “Confesiones de un hijo del siglo”, de Musset y solo conoció fragmentariamente su producción.

Sin embargo lo que leyó de Musset lo hizo bien y la prueba son los dos textos que incluye en “Pasionarias”.

En una suerte “Imitatio Musset”, Flores vivió su vida de manera desenfrenada: alcoholismo, sífilis, pobreza y muerte.

Sin embargo, aunque Flores careció de la formación filosófica del primero para juzgar la vida social mexicana —recordemos que Musset en “Rolla” impugna duramente a Voltaire— existe en los dos poetas una semejanza profunda: “el mal del siglo”, es decir la crisis de creencias y valores.

Leamos el Capitulo Primero de la “Confesión de un hijo del siglo”:

Para escribir la historia de una vida es preciso primero haber vivido; por tanto no es la mía esta que ahora escribo. Muy joven todavía sufrí una enfermedad moral abominable. Voy a contar lo que me sucedió durante tres años. Si fuera yo el único enfermo no diría nada; pero como hay muchas personas que padecen el mismo mal, escribo para ellas, aunque no se sí me harán caso. Pero aun así al menos me quedará la satisfacción de haber conseguido curarme mejor gracias a la palabra. Y, como el zorro atrapado en el cepo, me veré libre a costa de la automutilación de una parte de mí mismo.

Pues bien, existen semejanzas y diferencias.

Ambos poetas padecen “el mal del siglo” pero sólo Musset lo sabe y actúa y escribe en consecuencia.

Flores padece dolorosamente ese mal, esa enfermedad (recordemos que la etimología de “pasión” es precisamente “enfermedad” y de aquí procede el nombre de su libro: “Pasionarias”) pero no es capaz de formalizar filosóficamente su crítica ni tampoco de rebelarse líricamente es decir, por medio de la poesía.

Su reacción ante el “mal de siglo” es refugiarse en la religión.

El último poema de “Pasionarias” lleva el título de “Las estrellas” y esta es la quinta estrofa:

¿Dónde está Dios? –pregúntase burlando

El hombre miserable

Del torpe mundo en el turbión nefando-

¿Dónde está Dios? ¡Qué se revele y hable!


Y, por su parte, la “Confesión de un hijo del siglo” de Musset, termina con una epifanía, representada por el crucifijo de ébano, en el albo pecho de Brigitte, y el “Deo gratia” del final de la novela.

Un dato final hermana eternamente a los dos poetas: el malogrado y único hijo de Flores que sólo vivió un par de semanas llevo por nombre de pila Alfredo.

Después de Victor Hugo, este es el autor predilecto de Flores.

En su libro, en la sección llamada “Traducciones e Imitaciones”, que es la tercera parte de “Pasionarias”, consigna dos textos de Musset: “Yo amo”, y, además, “Siempre amar”.

Después de que Marcelino Menéndez y Pelayo compara desigualmente a Musset con Flores, caracterizando la que considera es la inferioridad incurable del mexicano con la violenta censura de “el estercolero de la orgía,” surge en nuestro ánimo la certeza de que el crítico español no leyó jamás la novela erótica de Musset titulada “Gamiani”; de haberlo hecho también habría condenado al poeta francés.

En este punto es pertinente anotar que tal vez el catolicismo de Menéndez y Pelayo, una forma de “falsa conciencia”, le impidió comprender ciertas manifestaciones literarias: este es un problema mayor de la crítica literaria porque actualiza la polémica sobre su pretendida cientificidad y la hipotética separación de los discursos éticos y estéticos.

Pero atendamos ahora el asunto de la simpatía de Flores por Musset: está fundada en la admiración de su poesía, pero no profundiza en el estudio de su obra.

Seguramente Flores no tuvo acceso al poema “Rolla”, ni tampoco a las “Confesiones de un hijo del siglo”, de Musset y solo conoció fragmentariamente su producción.

Sin embargo lo que leyó de Musset lo hizo bien y la prueba son los dos textos que incluye en “Pasionarias”.

En una suerte “Imitatio Musset”, Flores vivió su vida de manera desenfrenada: alcoholismo, sífilis, pobreza y muerte.

Sin embargo, aunque Flores careció de la formación filosófica del primero para juzgar la vida social mexicana —recordemos que Musset en “Rolla” impugna duramente a Voltaire— existe en los dos poetas una semejanza profunda: “el mal del siglo”, es decir la crisis de creencias y valores.

Leamos el Capitulo Primero de la “Confesión de un hijo del siglo”:

Para escribir la historia de una vida es preciso primero haber vivido; por tanto no es la mía esta que ahora escribo. Muy joven todavía sufrí una enfermedad moral abominable. Voy a contar lo que me sucedió durante tres años. Si fuera yo el único enfermo no diría nada; pero como hay muchas personas que padecen el mismo mal, escribo para ellas, aunque no se sí me harán caso. Pero aun así al menos me quedará la satisfacción de haber conseguido curarme mejor gracias a la palabra. Y, como el zorro atrapado en el cepo, me veré libre a costa de la automutilación de una parte de mí mismo.

Pues bien, existen semejanzas y diferencias.

Ambos poetas padecen “el mal del siglo” pero sólo Musset lo sabe y actúa y escribe en consecuencia.

Flores padece dolorosamente ese mal, esa enfermedad (recordemos que la etimología de “pasión” es precisamente “enfermedad” y de aquí procede el nombre de su libro: “Pasionarias”) pero no es capaz de formalizar filosóficamente su crítica ni tampoco de rebelarse líricamente es decir, por medio de la poesía.

Su reacción ante el “mal de siglo” es refugiarse en la religión.

El último poema de “Pasionarias” lleva el título de “Las estrellas” y esta es la quinta estrofa:

¿Dónde está Dios? –pregúntase burlando

El hombre miserable

Del torpe mundo en el turbión nefando-

¿Dónde está Dios? ¡Qué se revele y hable!


Y, por su parte, la “Confesión de un hijo del siglo” de Musset, termina con una epifanía, representada por el crucifijo de ébano, en el albo pecho de Brigitte, y el “Deo gratia” del final de la novela.

Un dato final hermana eternamente a los dos poetas: el malogrado y único hijo de Flores que sólo vivió un par de semanas llevo por nombre de pila Alfredo.