/ domingo 4 de noviembre de 2018

Delirio

La poesía es un vicio, un destino, un culto, una religión personal. A través de la escritura se realiza la exploración humana: somos fugaces e inconmensurables. “El abismo y el altísimo son uno en el horizonte.El suicida escribe con su caída un mensaje póstumo, una metáfora. Es el que se va de la fiesta sin despedirse”, dice mi amigo Vinicio mientras cae del puente de Clavijero. Recuerdo que escribí “los múltiples tropiezos biográficos” para significar con esa horrible expresión burocrática las penas y alegrías que ocuparon mis días desalojando todo lo que no fueran ellas mismas: el duelo por la muerte, mi padre, mis amigos, los maestros y, también, por la otra parte, la plenitud que colmó mis copas llenó de música mis estancias. Sueño que mi padre me encuentra en una de las veredas del cerro de los capulines, en San Andrés, en una tarde dorada y tibia: “¿Oh, donde has estado hijo mío? Dónde has estado mi querido muchacho?He rodado por las laderas de doce brumosas montañas. He caminado y me he arrastrado por seis sinuosas carreteras. He andado por el medio de siete tristes forestas. He estado fuera ante una docena de océanos muertos. He estado diez mil millas en la boca de una tumba. Y es una dura, una muy dura lluvia la que va a caer”. Estoy enfermo de una gripa devastadora y tengo seis años. La fiebre, el delirio, la invencible fatiga que me impide levantarme del lecho y la sed y el hambre. Y mi padre sonriendo me hace beber una sacratísima agua de limones y azúcar. “¿Oh, qué fue lo que viste hijo mío? ¿Qué fue lo que viste, mi querido muchacho? Vi a un recién nacido con lobos salvajes a su alrededor. Vi una carretera de diamantes sin nadie sobre ella. Vi una rama negra con sangre que goteaba. Vi una habitación llena de hombres cuyos martillos sangraban. Vi una escalera blanca toda cubierta de agua. Vi diez mil charlatanes con las lenguas quebradas. Vi fusiles y afilados sables en las manos de los niños. Y es una dura, muy dura lluvia la que va a caer”. La investigación doctoral es la exploración humana de la entelequia llamada “uno mismo”, me dice mi papá. Mientras tomo agua lo miro y me sorprende su juventud: está fuerte y delgado y tiene el bigote negro y una barba incipiente que se anuncia muy negra. “Las pasiones como la ira, la calma, el amor, el odio, el temor o la compasión determinan los juicios de valor: la búsqueda de la verdad objetiva es una ficción ingenua. Lo único que resuelve el sentido del texto es el texto mismo”, sentencia mi tía Virginia mientras me ayuda a levantarme y me enjuaga los pies en agua caliente para bajar la calentura. La casa de mi abuela está ubicada a una calle de la casa que fue de don Antonio Flores y doña Dionisia Martínez, los padres de El Poeta, del que todavía se cuentan historias galantes y terribles en el pueblo. “Cada explicación de la realidad es una versión de la realidad”, dice mi tía, “por eso debes renunciar a la indagación científica y optar por la literatura y por explicar elfuncionamiento simbólico del hombre”, sentencia la hermana mayor de mi madre y me seca los pies con una toalla perfumada. Remata: “los productos del espíritu no son combinaciones químicas ni regulaciones físicas; la ciencia frente al fenómeno literario pierde su función esclarecedora, no puede hablarse con exactitud rigurosa de una metodología literaria, no existe, es imposible”. La fiebre no cede. Arde como tea bíblica mi cabeza, mi madre me conforta con lienzos húmedos en agua de rosas de Castilla, me conforta y salmodia dulcemente: “El romanticismo es el hijo rebelde de la modernidad, es la crítica de la razón crítica; opone al futuro el origen y el presente de la pasión. El romanticismo es la negación moderna de la modernidad. Los ejes del romanticismo son la analogía que proporciona una visión del universo como un sistema de correspondencias y un lenguaje correlativo del universo; y la ironía, que es ruptura de la armonía, de la correspondencia entre las palabras y el mundo, y, finalmente la muerte del sentido”.

La poesía es un vicio, un destino, un culto, una religión personal. A través de la escritura se realiza la exploración humana: somos fugaces e inconmensurables. “El abismo y el altísimo son uno en el horizonte.El suicida escribe con su caída un mensaje póstumo, una metáfora. Es el que se va de la fiesta sin despedirse”, dice mi amigo Vinicio mientras cae del puente de Clavijero. Recuerdo que escribí “los múltiples tropiezos biográficos” para significar con esa horrible expresión burocrática las penas y alegrías que ocuparon mis días desalojando todo lo que no fueran ellas mismas: el duelo por la muerte, mi padre, mis amigos, los maestros y, también, por la otra parte, la plenitud que colmó mis copas llenó de música mis estancias. Sueño que mi padre me encuentra en una de las veredas del cerro de los capulines, en San Andrés, en una tarde dorada y tibia: “¿Oh, donde has estado hijo mío? Dónde has estado mi querido muchacho?He rodado por las laderas de doce brumosas montañas. He caminado y me he arrastrado por seis sinuosas carreteras. He andado por el medio de siete tristes forestas. He estado fuera ante una docena de océanos muertos. He estado diez mil millas en la boca de una tumba. Y es una dura, una muy dura lluvia la que va a caer”. Estoy enfermo de una gripa devastadora y tengo seis años. La fiebre, el delirio, la invencible fatiga que me impide levantarme del lecho y la sed y el hambre. Y mi padre sonriendo me hace beber una sacratísima agua de limones y azúcar. “¿Oh, qué fue lo que viste hijo mío? ¿Qué fue lo que viste, mi querido muchacho? Vi a un recién nacido con lobos salvajes a su alrededor. Vi una carretera de diamantes sin nadie sobre ella. Vi una rama negra con sangre que goteaba. Vi una habitación llena de hombres cuyos martillos sangraban. Vi una escalera blanca toda cubierta de agua. Vi diez mil charlatanes con las lenguas quebradas. Vi fusiles y afilados sables en las manos de los niños. Y es una dura, muy dura lluvia la que va a caer”. La investigación doctoral es la exploración humana de la entelequia llamada “uno mismo”, me dice mi papá. Mientras tomo agua lo miro y me sorprende su juventud: está fuerte y delgado y tiene el bigote negro y una barba incipiente que se anuncia muy negra. “Las pasiones como la ira, la calma, el amor, el odio, el temor o la compasión determinan los juicios de valor: la búsqueda de la verdad objetiva es una ficción ingenua. Lo único que resuelve el sentido del texto es el texto mismo”, sentencia mi tía Virginia mientras me ayuda a levantarme y me enjuaga los pies en agua caliente para bajar la calentura. La casa de mi abuela está ubicada a una calle de la casa que fue de don Antonio Flores y doña Dionisia Martínez, los padres de El Poeta, del que todavía se cuentan historias galantes y terribles en el pueblo. “Cada explicación de la realidad es una versión de la realidad”, dice mi tía, “por eso debes renunciar a la indagación científica y optar por la literatura y por explicar elfuncionamiento simbólico del hombre”, sentencia la hermana mayor de mi madre y me seca los pies con una toalla perfumada. Remata: “los productos del espíritu no son combinaciones químicas ni regulaciones físicas; la ciencia frente al fenómeno literario pierde su función esclarecedora, no puede hablarse con exactitud rigurosa de una metodología literaria, no existe, es imposible”. La fiebre no cede. Arde como tea bíblica mi cabeza, mi madre me conforta con lienzos húmedos en agua de rosas de Castilla, me conforta y salmodia dulcemente: “El romanticismo es el hijo rebelde de la modernidad, es la crítica de la razón crítica; opone al futuro el origen y el presente de la pasión. El romanticismo es la negación moderna de la modernidad. Los ejes del romanticismo son la analogía que proporciona una visión del universo como un sistema de correspondencias y un lenguaje correlativo del universo; y la ironía, que es ruptura de la armonía, de la correspondencia entre las palabras y el mundo, y, finalmente la muerte del sentido”.