/ domingo 7 de abril de 2019

El profesor Roberto Reyes Garrido

Ha muerto y pido que su alma descanse en paz.

Su desaparición física me agobia con preguntas sobre la virtud, el significado y la trascendencia que, otra vez, no puedo responder.

Como sabemos los que tuvimos el privilegio de su trato caballeroso, fue un hombre piadoso; sus creencias y prácticas religiosas eran parte de su personalidad extraordinaria.

Era un hombre de principios que amaba a su patria, profesaba el catolicismo, practicaba una honradez personal a toda prueba, y, además, era un estudioso autodidacta y un lector de gran sensibilidad.

Decir que fue un promotor cultural es poco o es nada, no es justo.

Roberto Reyes Garrido fue un precursor cultural que formó parte de una excepcional generación de ilustres poblanos.

Profesor en las aulas y extramuros.

Funcionario probo y atento, es decir, concentrado en su labor.

Hombre de entusiasmo jovial y, siempre, de buena voluntad.

Dedicó su vida al servicio, entendido como caridad y realización de la personalidad en sus vertientes de libertad y reflexión.

En otro ámbito, la muerte del profesor Reyes significa la desaparición de un paradigma de servidor público: el modelo de profesionalismo, honradez, urbanidad y cultura.

Rindo homenaje a su memoria recordando solamente dos aspectos de su vasta labor: el primero como organizador, durante décadas, de los concursos literarios (cuento, ciencia ficción, lenguas indígenas, histórico/biográfico) de la que fue Secretaría de Cultura de Puebla; y, el segundo aspecto, su trabajo como filantrópico organizador, junto a diversas autoridades eclesiásticas, del concurso de poesía religiosa.

Ha muerto, que descanse en paz.

En esta ofrenda, le ofrezco a don Roberto Reyes Garrido el viático de ambrosía de algunas hebras doradas de la poesía de Carlos Pellicer, que tanto amó:

(...)

“En medio de la dicha de mi vida / me detengo a decir que el mundo es bueno / por la divina sangre de la herida.

(...)

“La bandera mexicana / -verde, blanca y roja- / en sus colores aloja / la patria en flor soberana. / Cuando en las manos tenemos / nuestra bandera, / es como tener entera / agua, naves, luz y remos. / Cuando alzamos sus colores, / siente nuestro corazón / la dicha de una canción / que se derrama en flores. / Por amor a mi bandera / les digo a todos hermano. / El que la lleve en la mano / lleva la paz dondequiera. / Paz, trabajo, amor y fe / son de mi bandera el cielo. / Yo quiero por todo anhelo / digno de ella estar al pié.

(...)

“ Yo nací joven / Esto lo saben los árboles más viejos / y las nubes que empiezan a formarse. / Sigue lloviendo, / pero la tierra está tranquila / y el viento se ha refugiado / en las alas de un pájaro serpiente. / Por mi ventana veo tanto cielo / que mis ojos se van y a veces no regresan. / Yo veo y oigo y huelo y toco y paladeo. / Y esto me ocurre como al agua natural / que nadie ve. / Estoy perdiéndome sin horizonte, / y cuando me tropiezo con el tiempo, / creo que la muerte tiene tanta vida / como yo en ese instante.

(...)

Estoy en el patio de la Casa de la Cultura, miro el féretro que contiene el cadáver del profesor Roberto Reyes Garrido custodiado por grupos de muchachas y muchachos afligidos. Un terrible silencio flota espeso sobre nuestras cabezas. Dentro de unos días aquí se levantará el Altar de Dolores.

Ha muerto y pido que su alma descanse en paz.

Su desaparición física me agobia con preguntas sobre la virtud, el significado y la trascendencia que, otra vez, no puedo responder.

Como sabemos los que tuvimos el privilegio de su trato caballeroso, fue un hombre piadoso; sus creencias y prácticas religiosas eran parte de su personalidad extraordinaria.

Era un hombre de principios que amaba a su patria, profesaba el catolicismo, practicaba una honradez personal a toda prueba, y, además, era un estudioso autodidacta y un lector de gran sensibilidad.

Decir que fue un promotor cultural es poco o es nada, no es justo.

Roberto Reyes Garrido fue un precursor cultural que formó parte de una excepcional generación de ilustres poblanos.

Profesor en las aulas y extramuros.

Funcionario probo y atento, es decir, concentrado en su labor.

Hombre de entusiasmo jovial y, siempre, de buena voluntad.

Dedicó su vida al servicio, entendido como caridad y realización de la personalidad en sus vertientes de libertad y reflexión.

En otro ámbito, la muerte del profesor Reyes significa la desaparición de un paradigma de servidor público: el modelo de profesionalismo, honradez, urbanidad y cultura.

Rindo homenaje a su memoria recordando solamente dos aspectos de su vasta labor: el primero como organizador, durante décadas, de los concursos literarios (cuento, ciencia ficción, lenguas indígenas, histórico/biográfico) de la que fue Secretaría de Cultura de Puebla; y, el segundo aspecto, su trabajo como filantrópico organizador, junto a diversas autoridades eclesiásticas, del concurso de poesía religiosa.

Ha muerto, que descanse en paz.

En esta ofrenda, le ofrezco a don Roberto Reyes Garrido el viático de ambrosía de algunas hebras doradas de la poesía de Carlos Pellicer, que tanto amó:

(...)

“En medio de la dicha de mi vida / me detengo a decir que el mundo es bueno / por la divina sangre de la herida.

(...)

“La bandera mexicana / -verde, blanca y roja- / en sus colores aloja / la patria en flor soberana. / Cuando en las manos tenemos / nuestra bandera, / es como tener entera / agua, naves, luz y remos. / Cuando alzamos sus colores, / siente nuestro corazón / la dicha de una canción / que se derrama en flores. / Por amor a mi bandera / les digo a todos hermano. / El que la lleve en la mano / lleva la paz dondequiera. / Paz, trabajo, amor y fe / son de mi bandera el cielo. / Yo quiero por todo anhelo / digno de ella estar al pié.

(...)

“ Yo nací joven / Esto lo saben los árboles más viejos / y las nubes que empiezan a formarse. / Sigue lloviendo, / pero la tierra está tranquila / y el viento se ha refugiado / en las alas de un pájaro serpiente. / Por mi ventana veo tanto cielo / que mis ojos se van y a veces no regresan. / Yo veo y oigo y huelo y toco y paladeo. / Y esto me ocurre como al agua natural / que nadie ve. / Estoy perdiéndome sin horizonte, / y cuando me tropiezo con el tiempo, / creo que la muerte tiene tanta vida / como yo en ese instante.

(...)

Estoy en el patio de la Casa de la Cultura, miro el féretro que contiene el cadáver del profesor Roberto Reyes Garrido custodiado por grupos de muchachas y muchachos afligidos. Un terrible silencio flota espeso sobre nuestras cabezas. Dentro de unos días aquí se levantará el Altar de Dolores.