/ domingo 18 de marzo de 2018

Fides et Ratio

Para Sergio Pitol, en su cumpleaños

La carta encíclica “Fides et Ratio” de Juan Pablo II, fue dada en Roma, el 14 de septiembre del año 1998, vigésimo de su Pontificado, en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. En ella se afirma que:

“La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo.”

Después de dos décadas, es interesante reflexionar sobre este documento en virtud de las proposiciones filosóficas que contiene. En el párrafo citado llama la atención el planteamiento de complementariedad armónica de la fe y la razón: ya no es la propuesta disyuntiva que obliga a elegir uno de los dos ámbitos del espíritu, ya no se plantean como excluyentes sino como colaboradores. Además es útil resaltar que existe también una valiosa referencia a la “Metafísica” de Aristóteles. En aquella el filósofo dice:

“Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos; pues al margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más de todos es la vista. En efecto, no sólo para obrar, sino también cuando no pensamos hacer nada, preferimos la vista, por decirlo así, a todos los otros.”

Y en la encíclica, el pontífice afirma que “Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad…”

Evidentemente, no podría ser de otra manera, el texto aristotélico es antropocéntrico y realista, nótese el énfasis en el criterio sensible de confirmación de lo realidad o lo existente (sólo existe lo que vemos) y el texto papal es teológico, pero—y esto es fundamental—la cita de Aristóteles tiene la finalidad de representar la síntesis de la tradición clásica con el cristianismo.

Y para expresar nítidamente esta vocación humanística la introducción de la encíclica lleva por subtítulo, entre comillas, la frase célebre del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Esto significa que el espíritu humano se eleva, vuela, hacia la contemplación de la verdad: asciende hacia sí mismo, porque el ser del hombre está dentro y fuera, o, dicho de mejor manera, el mundo visible es el interior profundo del hombre, su espiritualidad se realiza en lo visible, el mundo es la representación del espíritu del hombre. La Carta, firmada por Juan Pablo II, utiliza la bella expresión “horizonte de la autoconciencia personal” para representar esa analogía entre mundo y espíritu:

“Al hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad, le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia”

Y añade que todo lo que llegamos a considerar como “objetos de conocimiento” se transforma en parte constituyente de nuestras vidas, es decir, que en el proceso cognitivo se funden el objeto de conocimiento y el sujeto cognoscente produciendo una entidad diferente, misma que podríamos llamar ‘nuevo conocimiento’ o ‘nueva realidad’ o, simplemente, ‘sentido’.

Merece mención especial la relación de las cinco preguntas cardinales que presenta la Encíclica como universales, o supra-culturales o tras-religiosas: “¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué hay después de esta vida?”

La razón de este elemento filosófico común es, según el documento pontificio, “la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre”.

Detengámonos, por último, en esta expresión: ‘… que acucia el corazón del hombre’. Si bien es cierto que verbo ‘acuciar’ puede ser interpretado como ‘estimular’, también lo es el hecho de que se le atribuye otra acepción: ‘impulsar a alguien a ejecutar una acción’.

El sentido es un llamado a la acción. Actuar. Ser acto.

Para Sergio Pitol, en su cumpleaños

La carta encíclica “Fides et Ratio” de Juan Pablo II, fue dada en Roma, el 14 de septiembre del año 1998, vigésimo de su Pontificado, en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. En ella se afirma que:

“La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo.”

Después de dos décadas, es interesante reflexionar sobre este documento en virtud de las proposiciones filosóficas que contiene. En el párrafo citado llama la atención el planteamiento de complementariedad armónica de la fe y la razón: ya no es la propuesta disyuntiva que obliga a elegir uno de los dos ámbitos del espíritu, ya no se plantean como excluyentes sino como colaboradores. Además es útil resaltar que existe también una valiosa referencia a la “Metafísica” de Aristóteles. En aquella el filósofo dice:

“Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos; pues al margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más de todos es la vista. En efecto, no sólo para obrar, sino también cuando no pensamos hacer nada, preferimos la vista, por decirlo así, a todos los otros.”

Y en la encíclica, el pontífice afirma que “Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad…”

Evidentemente, no podría ser de otra manera, el texto aristotélico es antropocéntrico y realista, nótese el énfasis en el criterio sensible de confirmación de lo realidad o lo existente (sólo existe lo que vemos) y el texto papal es teológico, pero—y esto es fundamental—la cita de Aristóteles tiene la finalidad de representar la síntesis de la tradición clásica con el cristianismo.

Y para expresar nítidamente esta vocación humanística la introducción de la encíclica lleva por subtítulo, entre comillas, la frase célebre del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Esto significa que el espíritu humano se eleva, vuela, hacia la contemplación de la verdad: asciende hacia sí mismo, porque el ser del hombre está dentro y fuera, o, dicho de mejor manera, el mundo visible es el interior profundo del hombre, su espiritualidad se realiza en lo visible, el mundo es la representación del espíritu del hombre. La Carta, firmada por Juan Pablo II, utiliza la bella expresión “horizonte de la autoconciencia personal” para representar esa analogía entre mundo y espíritu:

“Al hombre cuanto más conoce la realidad y el mundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad, le resulta más urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y sobre su propia existencia”

Y añade que todo lo que llegamos a considerar como “objetos de conocimiento” se transforma en parte constituyente de nuestras vidas, es decir, que en el proceso cognitivo se funden el objeto de conocimiento y el sujeto cognoscente produciendo una entidad diferente, misma que podríamos llamar ‘nuevo conocimiento’ o ‘nueva realidad’ o, simplemente, ‘sentido’.

Merece mención especial la relación de las cinco preguntas cardinales que presenta la Encíclica como universales, o supra-culturales o tras-religiosas: “¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Por qué existe el mal? ¿Qué hay después de esta vida?”

La razón de este elemento filosófico común es, según el documento pontificio, “la necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre”.

Detengámonos, por último, en esta expresión: ‘… que acucia el corazón del hombre’. Si bien es cierto que verbo ‘acuciar’ puede ser interpretado como ‘estimular’, también lo es el hecho de que se le atribuye otra acepción: ‘impulsar a alguien a ejecutar una acción’.

El sentido es un llamado a la acción. Actuar. Ser acto.