/ sábado 15 de diciembre de 2018

La estrella de Belén está dentro de nosotros mismos

En esta temporada navideña es común ver el montaje de las pastorelas, ejercicios histriónicos en los que se representa el andar de los cuidadores de rebaños hacia el lugar a donde nacerá Jesús, en un ánimo de esperanza sobre un ser que supuestamente salvará al mundo; pese a lo anterior, considero que cada quien puede alcanzar su plenitud sin esperar a que alguien más lo haga.

Las pastorelas tienen una historia centenaria en nuestro país: han sido realizadas desde el siglo XVI y son parte de ese complejo proceso de evangelización que tanto ha sido cuestionado. Es indudable que la cruz y la espada entraron simultáneamente en los pueblos originarios; sin embargo, siempre seré crítico de la coexistencia entre la aversión hacia lo hispano y el gran fervor guadalupano que posee gran parte de la población. Indudablemente esta es una de las grandes contradicciones que nos impide tener una identidad sólida como mexicanos.

Ahora bien, la pastorela tiene como una temática general una lucha entre los actores divinos e infernales: el arcángel Gabriel contra Satanás, en una discordia muy semejante a la escrita por Göthe en Fausto. Al final los pastores llegan a ver el nacimiento de Cristo y alcanzan una especie de redención. Todo esto obedece a ese discurso maniqueo, en donde el bien y el mal se enfrentan para, al fin, alcanzar una salvación que se traduce en inmortalidad y acompañamiento a un dios en la gloria.

Personalmente se me hace muy aburrido, inclusive hasta aterrador, pasar siglos enteros entre nubes y arpas, así como muchos imaginan el cielo.

La necesidad de creer en un mesías está muy marcada bajo nuestra perspectiva cristiana, circunstancia que se ha visto reforzada en México debido a los diversos complejos de inferioridad que tiene parte de la población, esto no es una invención mía, sino una idea de nuestro único Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz.

Es muy cómodo posar todas nuestras esperanzas en algo o alguien, así como sucede con los políticos o santos, esto es algo que todos hemos vivido en nuestra etapa infantil, cuando una sola palabra de nuestra madre era suficiente para sentir que todo estaba bien.

El derecho a profesar un culto o alguna creencia sobrenatural es algo totalmente respetable y que está tutelado por la ley, al menos en un régimen laico, por lo que mi intención no es criticar a las personas que depositan todas sus esperanzas en una virgen o un fetiche, es más, confieso que hasta llego a sentir envidia cuando veo el gran fervor y felicidad que llega a sentir una persona cuando participa en una peregrinación; sin embargo, no puedo compartir esa forma de pensar, sin que esto implique que la conducta del feligrés o la mía sean correctas o incorrectas. Michel Foucault criticaba duramente el llamado poder pastoral, el cual somete a una persona a lo que diga alguien que se ostenta como guía espiritual o de conciencia.

En este orden de ideas, yo creo que la esperanza, el sentido de la vida y la felicidad surgen del interior de cada uno de nosotros, de la fuerza emocional que cada quien pueda imprimir a sus pensamientos y actos, pero tampoco podemos asumir que mediante alguna técnica de meditación o coaching se podrá cambiar el entorno. Lo que se puede modificar es la forma en la que vemos la realidad y eso ya es bastante.

Como siempre señalo, cada quien puede adoptar el sentido que quiera para su vida y hacer lo que se le dé la gana mientras se respeten derechos de terceros y el orden público, situación en donde empiezan las diferentes interpretaciones y los problemas de concepto; no obstante, la idea es no depender de un tercero o un objeto externo para realizarse como persona. Como decía “El Che” Guevara: seamos realistas y hagamos lo imposible.

Dudas o comentarios: 22 25 64 75 05; vicente_leopoldo@hotmail.com; @vicente_aven

En esta temporada navideña es común ver el montaje de las pastorelas, ejercicios histriónicos en los que se representa el andar de los cuidadores de rebaños hacia el lugar a donde nacerá Jesús, en un ánimo de esperanza sobre un ser que supuestamente salvará al mundo; pese a lo anterior, considero que cada quien puede alcanzar su plenitud sin esperar a que alguien más lo haga.

Las pastorelas tienen una historia centenaria en nuestro país: han sido realizadas desde el siglo XVI y son parte de ese complejo proceso de evangelización que tanto ha sido cuestionado. Es indudable que la cruz y la espada entraron simultáneamente en los pueblos originarios; sin embargo, siempre seré crítico de la coexistencia entre la aversión hacia lo hispano y el gran fervor guadalupano que posee gran parte de la población. Indudablemente esta es una de las grandes contradicciones que nos impide tener una identidad sólida como mexicanos.

Ahora bien, la pastorela tiene como una temática general una lucha entre los actores divinos e infernales: el arcángel Gabriel contra Satanás, en una discordia muy semejante a la escrita por Göthe en Fausto. Al final los pastores llegan a ver el nacimiento de Cristo y alcanzan una especie de redención. Todo esto obedece a ese discurso maniqueo, en donde el bien y el mal se enfrentan para, al fin, alcanzar una salvación que se traduce en inmortalidad y acompañamiento a un dios en la gloria.

Personalmente se me hace muy aburrido, inclusive hasta aterrador, pasar siglos enteros entre nubes y arpas, así como muchos imaginan el cielo.

La necesidad de creer en un mesías está muy marcada bajo nuestra perspectiva cristiana, circunstancia que se ha visto reforzada en México debido a los diversos complejos de inferioridad que tiene parte de la población, esto no es una invención mía, sino una idea de nuestro único Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz.

Es muy cómodo posar todas nuestras esperanzas en algo o alguien, así como sucede con los políticos o santos, esto es algo que todos hemos vivido en nuestra etapa infantil, cuando una sola palabra de nuestra madre era suficiente para sentir que todo estaba bien.

El derecho a profesar un culto o alguna creencia sobrenatural es algo totalmente respetable y que está tutelado por la ley, al menos en un régimen laico, por lo que mi intención no es criticar a las personas que depositan todas sus esperanzas en una virgen o un fetiche, es más, confieso que hasta llego a sentir envidia cuando veo el gran fervor y felicidad que llega a sentir una persona cuando participa en una peregrinación; sin embargo, no puedo compartir esa forma de pensar, sin que esto implique que la conducta del feligrés o la mía sean correctas o incorrectas. Michel Foucault criticaba duramente el llamado poder pastoral, el cual somete a una persona a lo que diga alguien que se ostenta como guía espiritual o de conciencia.

En este orden de ideas, yo creo que la esperanza, el sentido de la vida y la felicidad surgen del interior de cada uno de nosotros, de la fuerza emocional que cada quien pueda imprimir a sus pensamientos y actos, pero tampoco podemos asumir que mediante alguna técnica de meditación o coaching se podrá cambiar el entorno. Lo que se puede modificar es la forma en la que vemos la realidad y eso ya es bastante.

Como siempre señalo, cada quien puede adoptar el sentido que quiera para su vida y hacer lo que se le dé la gana mientras se respeten derechos de terceros y el orden público, situación en donde empiezan las diferentes interpretaciones y los problemas de concepto; no obstante, la idea es no depender de un tercero o un objeto externo para realizarse como persona. Como decía “El Che” Guevara: seamos realistas y hagamos lo imposible.

Dudas o comentarios: 22 25 64 75 05; vicente_leopoldo@hotmail.com; @vicente_aven