/ domingo 25 de noviembre de 2018

Metanoia

Escribo esto a partir de un descubrimiento personal reciente: el concepto “metanoia” está proscrito de la bibliografía filosófica académica. Ni siquiera lo encontramos en los dos grandes diccionarios filosóficos en español, que han alimentado las dudas de generaciones de estudiantes y estudiosos: el Ferrater Mora y el Abagnano. En cambio, “metanoia” existe prolijamente en la literatura bíblica y en la esotérica.

¿Cuál es la explicación del desprecio académico por un tema crucial de la experiencia humana? Crucial: el hombre detiene su camino y mira la encrucijada y no sabe qué rumbo tomar y de repente, esto es, súbitamente, toma una decisión paradójica y enfila por el brazo de la cruz que no parece el correcto.

Una aproximación etimológica a la palabra: del griego “meta”, más allá, y “noia”, conocimiento, mente. Significa: una nueva forma de percibir el mundo y de cambiar el norte.

El mitólogo Joseph Campbell, en “Las Máscaras del Héroe”, escribe: “El hombre que vive de espaldas al Sendero inesperadamente percibe, escucha, la ‘llamada’ y entonces gira, se da la vuelta, muda, reorienta sus pasos y camina por el Sendero”. Rescato la idea de la súbita percepción de “la llamada” (o “vocación”), porque en ella radica el quid del tema. Efectivamente, es un tema de habilidades de percepción.

Me explico: el fenómeno (“la llamada”) ocurre de manera independiente a nuestra conciencia: existe como “cosa en sí”, pero para percibirla es necesario el “desarreglo de los sentidos” del que habla Rimbaud. Es la ascesis que afina el violín del espíritu del hombre para poder interpretar el Capricho no. 6 en Sol Menor de Paganini.

Pero también está relacionada con lo que Aldous Huxley denominó “Las puertas de la percepción”. No es ocioso recordar que el título de su libro es un fragmento de un verso de William Blake: “Si las puertas de la percepción se purificaran todo se le aparecería al hombre como es, infinito”. Y, además, que esta cláusula pertenece al libro “Las bodas del cielo y el infierno”.

“Break on Trough” (“Ábrete camino hacia el otro lado”, abandona el mundo institucional) es la canción con la que The Doors reseña el libro de Huxley, cuyo inicio es lo que sigue:

Fue en 1886 cuando el farmacólogo alemán Ludwig Lewin publicó el primer estudio sistemático del cacto, al que se dio luego el nombre del propio investigador, Anhalonium Lewinii, nuevo para la ciencia. Para la religión primitiva y los indios de México y del sudoeste de los Estados Unidos, era un amigo de tiempo inmemorial. Era, en realidad, mucho más que un amigo. Según uno de los primeros visitantes españoles del Nuevo Mundo, esos indios "comen una raíz que llaman Peyotl y a la que veneran como a una deidad”.

El peyote es un enteógeno, como también lo es el alcohol de Baudelaire. Recordemos “El Spleen de Paris”:

Hay que estar siempre ebrio. Para no sentir el horrible peso del Tiempo, que nos doblega hasta el suelo: embriagarnos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud, como nos plazca. Pero ebrios. Si alguna vez despertamos en la escalera del palacio, tumbados sobre la hierba, o en la soledad de nuestro cuarto, preguntemos al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, canta o habla, qué hora es y nos contestarán: ¡Es hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del tiempo: ¡embriagarse sin cesar! ¡De vino, de poesía o de virtud!

La mezcalina, el alcohol y el libro son enteógenos. En alguna página del “Mutus Liber” encontraremos la fórmula: “Ora, Lege, Lege, Lege, Relege, Labora et Invenies” (Orar, leer, leer, leer, releer, trabaja y encontrarás).

Entonces, la búsqueda interior es un lugar común que nos enseña que somos desconocidos para nosotros mismos. Pozo oscuro. Tierra ignota cruzada por caminos impredecibles. ¿Qué nos mueve: la búsqueda del misterio o la revelación luminosa? ¿Qué buscamos verdaderamente? ¿La luz o la oscuridad?

Escribo esto a partir de un descubrimiento personal reciente: el concepto “metanoia” está proscrito de la bibliografía filosófica académica. Ni siquiera lo encontramos en los dos grandes diccionarios filosóficos en español, que han alimentado las dudas de generaciones de estudiantes y estudiosos: el Ferrater Mora y el Abagnano. En cambio, “metanoia” existe prolijamente en la literatura bíblica y en la esotérica.

¿Cuál es la explicación del desprecio académico por un tema crucial de la experiencia humana? Crucial: el hombre detiene su camino y mira la encrucijada y no sabe qué rumbo tomar y de repente, esto es, súbitamente, toma una decisión paradójica y enfila por el brazo de la cruz que no parece el correcto.

Una aproximación etimológica a la palabra: del griego “meta”, más allá, y “noia”, conocimiento, mente. Significa: una nueva forma de percibir el mundo y de cambiar el norte.

El mitólogo Joseph Campbell, en “Las Máscaras del Héroe”, escribe: “El hombre que vive de espaldas al Sendero inesperadamente percibe, escucha, la ‘llamada’ y entonces gira, se da la vuelta, muda, reorienta sus pasos y camina por el Sendero”. Rescato la idea de la súbita percepción de “la llamada” (o “vocación”), porque en ella radica el quid del tema. Efectivamente, es un tema de habilidades de percepción.

Me explico: el fenómeno (“la llamada”) ocurre de manera independiente a nuestra conciencia: existe como “cosa en sí”, pero para percibirla es necesario el “desarreglo de los sentidos” del que habla Rimbaud. Es la ascesis que afina el violín del espíritu del hombre para poder interpretar el Capricho no. 6 en Sol Menor de Paganini.

Pero también está relacionada con lo que Aldous Huxley denominó “Las puertas de la percepción”. No es ocioso recordar que el título de su libro es un fragmento de un verso de William Blake: “Si las puertas de la percepción se purificaran todo se le aparecería al hombre como es, infinito”. Y, además, que esta cláusula pertenece al libro “Las bodas del cielo y el infierno”.

“Break on Trough” (“Ábrete camino hacia el otro lado”, abandona el mundo institucional) es la canción con la que The Doors reseña el libro de Huxley, cuyo inicio es lo que sigue:

Fue en 1886 cuando el farmacólogo alemán Ludwig Lewin publicó el primer estudio sistemático del cacto, al que se dio luego el nombre del propio investigador, Anhalonium Lewinii, nuevo para la ciencia. Para la religión primitiva y los indios de México y del sudoeste de los Estados Unidos, era un amigo de tiempo inmemorial. Era, en realidad, mucho más que un amigo. Según uno de los primeros visitantes españoles del Nuevo Mundo, esos indios "comen una raíz que llaman Peyotl y a la que veneran como a una deidad”.

El peyote es un enteógeno, como también lo es el alcohol de Baudelaire. Recordemos “El Spleen de Paris”:

Hay que estar siempre ebrio. Para no sentir el horrible peso del Tiempo, que nos doblega hasta el suelo: embriagarnos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud, como nos plazca. Pero ebrios. Si alguna vez despertamos en la escalera del palacio, tumbados sobre la hierba, o en la soledad de nuestro cuarto, preguntemos al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, canta o habla, qué hora es y nos contestarán: ¡Es hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del tiempo: ¡embriagarse sin cesar! ¡De vino, de poesía o de virtud!

La mezcalina, el alcohol y el libro son enteógenos. En alguna página del “Mutus Liber” encontraremos la fórmula: “Ora, Lege, Lege, Lege, Relege, Labora et Invenies” (Orar, leer, leer, leer, releer, trabaja y encontrarás).

Entonces, la búsqueda interior es un lugar común que nos enseña que somos desconocidos para nosotros mismos. Pozo oscuro. Tierra ignota cruzada por caminos impredecibles. ¿Qué nos mueve: la búsqueda del misterio o la revelación luminosa? ¿Qué buscamos verdaderamente? ¿La luz o la oscuridad?