/ domingo 14 de mayo de 2023

El mundo iluminado | Sencillez y claridad

elmundoiluminado.com

¿Cómo podemos reconocer la inteligencia? ¿Qué parámetros son los que utilizamos para determinar que alguien posee una mente brillante? ¿La inteligencia consiste en almacenar en la memoria una gran cantidad de información, o es la inteligencia la aplicación de dicha información? ¿Inteligencia y sabiduría son lo mismo, o una está antes de la otra? La inteligencia es la capacidad de entender, de comprender el entorno, los objetos, los seres y las ideas que lo conforman. La palabra “inteligencia” nos viene del latín “legere”, que quiere decir: escoger, separar, leer. Es decir que tener inteligencia es escoger, separar y leer la realidad. En pocas palabras, alguien será inteligente en tanto que pueda escoger, separar y leer los elementos que conforman la realidad para después utilizarlos a su favor.

Si bien solemos relacionar la inteligencia con la escolaridad, lo cierto es que la inteligencia puede desarrollarse plenamente en individuos que no culminaron su carrera académica o que, incluso, ni siquiera han pisado una escuela en su vida. Como se mencionó anteriormente, la inteligencia es la capacidad de leer la realidad, es decir, de descifrar el entramado que existe en lo que nos rodea, y podemos afirmar, con toda seguridad, que hay más inteligencia fuera de los ámbitos académicos que en el seno de ellos; lo anterior, no sólo porque son más las personas que se mantienen al margen de las instituciones educativas (ya sea por falta de dinero para costearse la educación o porque tienen exigencias más apremiantes), sino porque al interior de las mismas academias se ha desarrollado un clima competitivo y orgulloso que en lo último que centra su interés es en el desarrollo de la inteligencia.

Inteligencia y escolaridad no son términos excluyentes el uno del otro, es decir, no se rechazan, pero tampoco son inseparables y esto lo corroboramos cuando nos encontramos con personas que nunca asistieron a las aulas y aún así deslumbran por su inteligencia. ¿Cómo la adquirieron? Sencillamente viviendo, abriendo bien los ojos, aguzando los oídos y no olvidando las huellas que la experiencia dejó en ellas. Estas personas desarrollan su inteligencia mediante la vía autodidacta, es decir, del autoaprendizaje; ellas mismas, por un método de prueba y error, se enseñan y si bien el camino autodidacta es más lento, con respecto a la vía escolarizada (pues no hay más maestros que uno mismo), sus efectos útiles son más evidentes. El que aprende por cuenta propia generalmente lo hace mejor que el que aprende por medio de un tercero, pues al autodidacta el aprendizaje le resulta hasta cierto punto un sufrimiento, mientras que al estudiante se le transmite el conocimiento filtrado y verificado, y por ello mismo suele menospreciarlo.

La vida escolar es compleja en tanto que los estudiantes no aprecian las lecciones que se les instruyen, pero también porque los mismos académicos que conforman el magisterio muchas de las veces tienen una absurda tendencia a hacer de lo simple algo complejo. En nuestra sociedad se tiene la errónea idea de que cuando algo no se entiende se debe a que es elevado en inteligencia y por ello mismo es que se cae en el mal hábito de encumbrar a algunas personalidades que destacan por decir palabras incomprensibles y por elaborar ideas que nadie entiende, a veces ni siquiera quien las está diciendo, sin embargo, lejos de ser esta oscuridad discursiva un signo de inteligencia, lo es más de pedantería y de ignorancia, pues el que sabe, es decir, el que posee inteligencia, es decir, el que aplica su conocimiento racionalmente nunca lo hará ni en detrimento propio ni de sus semejantes, como sí lo haría aquel que sin saber nada, cree que sabe mucho. Tener información almacenada en el cerebro y contar con una larga trayectoria académica no es sinónimo de inteligencia. Es posible leer muchos libros y estudiar durante años sin aprender realmente nada y qué inconveniente es cuando estas personas son designadas como representantes de las academias y de los colegios, pues lejos de facilitar el acceso al conocimiento y a la educación, se empeñarán por hacer que lo fácil sea innecesariamente difícil. A propósito de lo anterior, el filósofo Karl Popper, en una carta titulada “Contra las grandes palabras”, nos dice:

«Todo intelectual tiene el privilegio y la oportunidad de estudiar. A cambio, él le debe a la sociedad el compromiso de presentar el resultado de su estudio en el modo más simple que pueda. Lo peor que pueden hacer los intelectuales es intentar erigirse en grandes profetas por encima de los demás e intentar impresionarlos con filosofías enredadas. Quien no puede hablar con sencillez y claridad debería quedarse callado. Necesitamos modestia intelectual, no olvidar nuestra ignorancia. Los medianamente educados lanzan palabras al aire profesando una sabiduría que no se poseen. La receta consiste en tautologías y trivialidades condimentadas con paradójicos disparates. Los académicos sólo han aprendido a ahogar a los demás en un mar de palabras. Muchos sociólogos, filósofos y demás se interesan en el ilusorio juego de hacer complejo lo que es simple. Es lo que han aprendido a hacer y enseñan a los demás a repetir lo mismo. Al respecto no hay nada que hacer. Por ahora hasta nuestros mismos oídos se han deformado, de modo que no pueden oír más que palabras grandilocuentes.»

El conocimiento para algunos es poder, para otros, responsabilidad. Del total de la población mundial sólo el 23% cuenta con un título universitario, mientras que el resto dejó sus estudios truncos o nunca accedió a la escuela. No es fortuito, por tanto, que la inequidad social aumente más cada año. El sistema educativo está diseñado para formar asalariados y obreros, mientras que los empleos, si bien aumentan, no otorgan condiciones que permitan vivir con más de lo necesario. En este panorama, quienes tienen la oportunidad de educarse están llamados, más que a dar muestras de las grandilocuentes palabras que conocen, a poner su conocimiento a disposición de sus semejantes mediante una inteligencia que se expresa con sencillez y claridad.

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¿Cómo podemos reconocer la inteligencia? ¿Qué parámetros son los que utilizamos para determinar que alguien posee una mente brillante? ¿La inteligencia consiste en almacenar en la memoria una gran cantidad de información, o es la inteligencia la aplicación de dicha información? ¿Inteligencia y sabiduría son lo mismo, o una está antes de la otra? La inteligencia es la capacidad de entender, de comprender el entorno, los objetos, los seres y las ideas que lo conforman. La palabra “inteligencia” nos viene del latín “legere”, que quiere decir: escoger, separar, leer. Es decir que tener inteligencia es escoger, separar y leer la realidad. En pocas palabras, alguien será inteligente en tanto que pueda escoger, separar y leer los elementos que conforman la realidad para después utilizarlos a su favor.

Si bien solemos relacionar la inteligencia con la escolaridad, lo cierto es que la inteligencia puede desarrollarse plenamente en individuos que no culminaron su carrera académica o que, incluso, ni siquiera han pisado una escuela en su vida. Como se mencionó anteriormente, la inteligencia es la capacidad de leer la realidad, es decir, de descifrar el entramado que existe en lo que nos rodea, y podemos afirmar, con toda seguridad, que hay más inteligencia fuera de los ámbitos académicos que en el seno de ellos; lo anterior, no sólo porque son más las personas que se mantienen al margen de las instituciones educativas (ya sea por falta de dinero para costearse la educación o porque tienen exigencias más apremiantes), sino porque al interior de las mismas academias se ha desarrollado un clima competitivo y orgulloso que en lo último que centra su interés es en el desarrollo de la inteligencia.

Inteligencia y escolaridad no son términos excluyentes el uno del otro, es decir, no se rechazan, pero tampoco son inseparables y esto lo corroboramos cuando nos encontramos con personas que nunca asistieron a las aulas y aún así deslumbran por su inteligencia. ¿Cómo la adquirieron? Sencillamente viviendo, abriendo bien los ojos, aguzando los oídos y no olvidando las huellas que la experiencia dejó en ellas. Estas personas desarrollan su inteligencia mediante la vía autodidacta, es decir, del autoaprendizaje; ellas mismas, por un método de prueba y error, se enseñan y si bien el camino autodidacta es más lento, con respecto a la vía escolarizada (pues no hay más maestros que uno mismo), sus efectos útiles son más evidentes. El que aprende por cuenta propia generalmente lo hace mejor que el que aprende por medio de un tercero, pues al autodidacta el aprendizaje le resulta hasta cierto punto un sufrimiento, mientras que al estudiante se le transmite el conocimiento filtrado y verificado, y por ello mismo suele menospreciarlo.

La vida escolar es compleja en tanto que los estudiantes no aprecian las lecciones que se les instruyen, pero también porque los mismos académicos que conforman el magisterio muchas de las veces tienen una absurda tendencia a hacer de lo simple algo complejo. En nuestra sociedad se tiene la errónea idea de que cuando algo no se entiende se debe a que es elevado en inteligencia y por ello mismo es que se cae en el mal hábito de encumbrar a algunas personalidades que destacan por decir palabras incomprensibles y por elaborar ideas que nadie entiende, a veces ni siquiera quien las está diciendo, sin embargo, lejos de ser esta oscuridad discursiva un signo de inteligencia, lo es más de pedantería y de ignorancia, pues el que sabe, es decir, el que posee inteligencia, es decir, el que aplica su conocimiento racionalmente nunca lo hará ni en detrimento propio ni de sus semejantes, como sí lo haría aquel que sin saber nada, cree que sabe mucho. Tener información almacenada en el cerebro y contar con una larga trayectoria académica no es sinónimo de inteligencia. Es posible leer muchos libros y estudiar durante años sin aprender realmente nada y qué inconveniente es cuando estas personas son designadas como representantes de las academias y de los colegios, pues lejos de facilitar el acceso al conocimiento y a la educación, se empeñarán por hacer que lo fácil sea innecesariamente difícil. A propósito de lo anterior, el filósofo Karl Popper, en una carta titulada “Contra las grandes palabras”, nos dice:

«Todo intelectual tiene el privilegio y la oportunidad de estudiar. A cambio, él le debe a la sociedad el compromiso de presentar el resultado de su estudio en el modo más simple que pueda. Lo peor que pueden hacer los intelectuales es intentar erigirse en grandes profetas por encima de los demás e intentar impresionarlos con filosofías enredadas. Quien no puede hablar con sencillez y claridad debería quedarse callado. Necesitamos modestia intelectual, no olvidar nuestra ignorancia. Los medianamente educados lanzan palabras al aire profesando una sabiduría que no se poseen. La receta consiste en tautologías y trivialidades condimentadas con paradójicos disparates. Los académicos sólo han aprendido a ahogar a los demás en un mar de palabras. Muchos sociólogos, filósofos y demás se interesan en el ilusorio juego de hacer complejo lo que es simple. Es lo que han aprendido a hacer y enseñan a los demás a repetir lo mismo. Al respecto no hay nada que hacer. Por ahora hasta nuestros mismos oídos se han deformado, de modo que no pueden oír más que palabras grandilocuentes.»

El conocimiento para algunos es poder, para otros, responsabilidad. Del total de la población mundial sólo el 23% cuenta con un título universitario, mientras que el resto dejó sus estudios truncos o nunca accedió a la escuela. No es fortuito, por tanto, que la inequidad social aumente más cada año. El sistema educativo está diseñado para formar asalariados y obreros, mientras que los empleos, si bien aumentan, no otorgan condiciones que permitan vivir con más de lo necesario. En este panorama, quienes tienen la oportunidad de educarse están llamados, más que a dar muestras de las grandilocuentes palabras que conocen, a poner su conocimiento a disposición de sus semejantes mediante una inteligencia que se expresa con sencillez y claridad.