/ domingo 5 de mayo de 2019

Treinta y tres siglos

¿Quién puede conocer la voluntad de los dioses del cielo?¿Quién puede comprender los planes de los dioses del abismo? (II, 36, 37)

Estos versos pertenecen al poema babilónico ‘Alabaré al Señor de la Sabiduría’ (1200 a. C.), y es un himno de alabanza a Marduk, el padre de los dioses.

Lo que sigue es de Albert Einstein, de su libro ‘Mis ideas’ (p. 10):

¿Qué sentido tiene la vida del hombre? Tener una respuesta a esta pregunta significa ser religioso.

Si usted me interrogara diciendo ¿Tiene algún sentido plantear la pregunta sobre el sentido?

Yo le respondería que aquel que considera que carece de sentido su vida y la de sus semejantes es, de manera casi irremediable, un pobre hombre desdichado.

Tomando como arbitraria referencia las citas anteriores entonces podemos decir que durante treinta y tres siglos los hombres nos hemos interrogado sobre el sentido de la vida humana (la voluntad de los dioses). Evidentemente ha sido mucho tiempo, más del que tiene de vida la llamada civilización occidental y no hemos llegado a construir una respuesta que sobreviva al paso (flujo, devenir) de los días.

Treinta y tres siglos equivalen a tres mil trescientos (3,300) años, o a un millón doscientos cuatro mil quinientos (1, 204,500) días. Si un hombre vive en promedio histórico 50 años, entonces la vida de 24,090 hombres equivale a 33 siglos. Veinticuatro mil noventa (24,090) hombres colocados en línea recta serían la representación física, espacial, del tiempo que existe entre el anónimo devoto de Marduk y el científico llamado Albert Einstein.

Ahora bien, si en un metro colocamos un hombre, entonces sería una fila de 24,000 kilómetros. Para tener una imagen descriptiva digamos que la distancia entre el Polo Norte y la Patagonia es de 15,000 kilómetros y la circunferencia de la tierra de 40 mil. Una larguísima hilera de hombres que, reflexionando sobre el sentido de la vida y la voluntad de los dioses, cubren por ahora más de la mitad de la circunferencia de la Tierra, del planeta que concienzuda y minuciosamente estamos destruyendo actuando como virus devastadores. Fácil es profetizar que no completaremos la circunferencia del abrazo humano porque antes eclosionará el planeta.

Escribe José Vilchez Lindez, en “Sabiduría y sabios de Israel”, que: “La sabiduría forma parte de la escala de valores que el hombre, consciente o inconscientemente, ha establecido en su conducta; también influye directamente en las actitudes que el individuo adopta ante la realidad de la vida. Más aún, la sabiduría se puede caracterizar como un actitud de búsqueda permanente por lo que el sabio nunca se sentirá satisfecho con lo adquirido intelectualmente, sino que será un eterno descontento y un buscador empedernido de nuevas soluciones y de nuevos horizontes.” (356)

Al respecto, el Dr. Miguel Venzo, en su obra “Hombre profano, hombre sagrado: tratado de Antropología teológica” (Ediciones Cristiandad, 1978), establece que: “El esquema de la reflexión antropo – teológica gira en torno al tema de las relaciones entre la dimensión profana y la dimensión sagrada del hombre puede resumirse en las siguientes cinco preguntas. 1. ¿Está el hombre naturalmente abierto a lo sagrado? 2. ¿Penetra lo sagrado en el hombre y lo modifica? 3. ¿Existe en el hombre algún elemente más sagrado que los otros (conexión conciencia-cuerpo)? 4. ¿El mal tiene una dimensión sagrada? 5. ¿Es más sagrado el origen del hombre que el de las otras criaturas?

Caro lector, las preguntas metodológicas del Dr. Venzo, producen en nuestras mentes otra más, la capital: ¿Quién es este hombre sujeto de estudio: el que es o el que debe ser?

¿Quién puede conocer la voluntad de los dioses del cielo?¿Quién puede comprender los planes de los dioses del abismo? (II, 36, 37)

Estos versos pertenecen al poema babilónico ‘Alabaré al Señor de la Sabiduría’ (1200 a. C.), y es un himno de alabanza a Marduk, el padre de los dioses.

Lo que sigue es de Albert Einstein, de su libro ‘Mis ideas’ (p. 10):

¿Qué sentido tiene la vida del hombre? Tener una respuesta a esta pregunta significa ser religioso.

Si usted me interrogara diciendo ¿Tiene algún sentido plantear la pregunta sobre el sentido?

Yo le respondería que aquel que considera que carece de sentido su vida y la de sus semejantes es, de manera casi irremediable, un pobre hombre desdichado.

Tomando como arbitraria referencia las citas anteriores entonces podemos decir que durante treinta y tres siglos los hombres nos hemos interrogado sobre el sentido de la vida humana (la voluntad de los dioses). Evidentemente ha sido mucho tiempo, más del que tiene de vida la llamada civilización occidental y no hemos llegado a construir una respuesta que sobreviva al paso (flujo, devenir) de los días.

Treinta y tres siglos equivalen a tres mil trescientos (3,300) años, o a un millón doscientos cuatro mil quinientos (1, 204,500) días. Si un hombre vive en promedio histórico 50 años, entonces la vida de 24,090 hombres equivale a 33 siglos. Veinticuatro mil noventa (24,090) hombres colocados en línea recta serían la representación física, espacial, del tiempo que existe entre el anónimo devoto de Marduk y el científico llamado Albert Einstein.

Ahora bien, si en un metro colocamos un hombre, entonces sería una fila de 24,000 kilómetros. Para tener una imagen descriptiva digamos que la distancia entre el Polo Norte y la Patagonia es de 15,000 kilómetros y la circunferencia de la tierra de 40 mil. Una larguísima hilera de hombres que, reflexionando sobre el sentido de la vida y la voluntad de los dioses, cubren por ahora más de la mitad de la circunferencia de la Tierra, del planeta que concienzuda y minuciosamente estamos destruyendo actuando como virus devastadores. Fácil es profetizar que no completaremos la circunferencia del abrazo humano porque antes eclosionará el planeta.

Escribe José Vilchez Lindez, en “Sabiduría y sabios de Israel”, que: “La sabiduría forma parte de la escala de valores que el hombre, consciente o inconscientemente, ha establecido en su conducta; también influye directamente en las actitudes que el individuo adopta ante la realidad de la vida. Más aún, la sabiduría se puede caracterizar como un actitud de búsqueda permanente por lo que el sabio nunca se sentirá satisfecho con lo adquirido intelectualmente, sino que será un eterno descontento y un buscador empedernido de nuevas soluciones y de nuevos horizontes.” (356)

Al respecto, el Dr. Miguel Venzo, en su obra “Hombre profano, hombre sagrado: tratado de Antropología teológica” (Ediciones Cristiandad, 1978), establece que: “El esquema de la reflexión antropo – teológica gira en torno al tema de las relaciones entre la dimensión profana y la dimensión sagrada del hombre puede resumirse en las siguientes cinco preguntas. 1. ¿Está el hombre naturalmente abierto a lo sagrado? 2. ¿Penetra lo sagrado en el hombre y lo modifica? 3. ¿Existe en el hombre algún elemente más sagrado que los otros (conexión conciencia-cuerpo)? 4. ¿El mal tiene una dimensión sagrada? 5. ¿Es más sagrado el origen del hombre que el de las otras criaturas?

Caro lector, las preguntas metodológicas del Dr. Venzo, producen en nuestras mentes otra más, la capital: ¿Quién es este hombre sujeto de estudio: el que es o el que debe ser?